The BlackKklansman (Spike Lee, 2018)



En The BlackKklansman (2018) Spike Lee enfoca con agudeza sus armas para contar una historia sucedida a principios de los setenta. Tomándose licencias narrativas al gusto, Lee nos presenta a Ron Stallworth, el primer policía negro de Colorado Springs, quien auxiliado por compañeros de su corporación logró infiltrarse en las filas del Ku Klux Klan.


 Algunos pensarán que no es pertinente comentar una pieza de arte político que lidia con asuntos fuera de nuestras fronteras cuando nosotros tenemos suficientes conflictos para discutir. Me imagino que estas personas creen que viajar de León a Silao sigue exigiendo una jornada entera de caminos espeluznantes en burro. La verdad es que el planeta está cada vez más comunicado. Poco a poco los hechos van demostrando que el nacionalismo a ultranza no es más que una tontería irrelevante para el futuro que se avecina. Todos formamos parte de una red en el sentido más profundo, y lo que pasa en Estados Unidos nos afecta a todos, muy en especial a México. Eso no descuenta el que haya que decir que aquí soportamos enormes problemas y tenemos nuestra propia línea de racismo institucional, de raigambre tan ancestral como el ejercicio autoritario del poder o el desprecio por la vida que nos siguen sangrando todos los días.


Técnicamente la película se distingue por su brillantez rítmica. La edición, unida a más de alguna toma pirotécnica, nos permite repasar esta extrañísima fábula policiaca con fluidez. Las actuaciones de todos los involucrados, incluyendo a los miembros del Klan, nos brindan personajes complejos, llenos de humanidad y matices interesantes. Pero más allá de sus virtudes como cine, es claro que Spike Lee sigue siendo fiel a su conciencia y no abandona el nodo central de su filmografía: la denuncia del racismo (es decir, el miedo y el odio) sistemático que infecta a la sociedad estadunidense desde los fundamentos. Esto lo hace, por si fuera poco, con un humor canalla y un arrojo expresivo que no se ve mucho en esta época de censores torquemadianos con acceso a internet —tan pequeños como cabrones.


Otro de los aciertos de The BlackKklansman es señalar la enorme influencia que tienen los medios masivos en la formación de la opinión pública. No sólo dirige sus dardos hacia una enorme vaca sagrada como The Birth of a Nation (Griffith, 1915) —un blanco fácil, a final de cuentas—, sino que expone la intención que tiene su propia cinta de ser una especie de antídoto a la propaganda primitiva que puebla nuestro imaginario, a pesar de la sofisticación de los nuevos instrumentos que usamos para compartirla.


Spike Lee logra urdir una nota de esperanza al final de su  trama sobre los peligros de la estupidez organizada. Parece como si quisiera hacernos creer que es posible modificar lo  insalvable, incluso desde dentro del sistema mismo que lo propicia. Pero el golpe maestro no es el happy ending a la Hollywood. El triunfalismo facilón hubiera funcionado bien para la Academia, pero no para un director comprometido. El viraje final, donde fija lo que ya había venido insinuando en diálogos y situaciones, nos deja con la certeza de que el odio activo es una realidad que no se ha ido a ningún lado. Basta escuchar la mierda babeante que sale todos los días del presidente de Estados Unidos para darse cuenta de que toda la tolerancia y buena onda del mundo no bastan ni bastarán para superar al enemigo. 

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