Una película de policías (Alonso Ruizpalacios, 2021)


La realidad mexicana es muchas cosas, pero nunca es aburrida. El torbellino de violencia y atrocidades que se cierne sobre todos nosotros ha provocado un efecto colateral: el cine documental florece en nuestro país —o eso dicen. Una película de policías trata de arrojar una mirada innovadora sobre uno de los pilares de la violencia institucional en México y en el mundo. Parece un problema demasiado complejo. ¿Qué arista abordar? ¿Cómo? ¿Para qué? Las respuestas que Una película de policías ofrece a estas preguntas son las siguientes:


¿Qué arista abordar?

De entre la infinitud de aspectos que podrían prestarse al análisis de la Policía en México, Ruizpalacios elige la más banal: un romance. Los protagonistas son dos  policías que se enamoraron mientras trabajaban juntos. El testimonio narrado o dramatizado de estos dos personajes ocupa el lugar central; de él se desprenden distintas anécdotas ilustrativas de los lugares comunes más ramplones sobre las labores de la policía mexicana o, más específicamente, chilanga. A mi parecer no hay nada que sea muy imaginativo sobre las distintas situaciones que nos presenta el director aprovechando el testimonio de sus personajes y sospecho que lo único que busca es volver simpáticos a unos personajes que serán detestados a priori por la audiencia.


¿Cómo?

Ya en Güeros (2014) habíamos atestiguado el primer ejemplo de matrimonio entre frivolidad y supuesta crítica social a través de la pirotecnia efectista —en aquella película todo el arsenal estaba calcado de Godard, nada menos. A Museo (2018) la quité de mi pantalla cuando la voz en off empezó a citar a Carlos Castaneda, pero alcancé a ver lo suficiente como para darme cuenta de que seguía la misma apuesta: soltura en el lenguaje audiovisual como envoltura de un espectáculo superficial que a la vez finge echar lances a la estructura social mexicana desde un cómodo sillón. Esta vez las maromas técnicas en las que se involucra Ruizpalacios para disfrazar su falta de profundidad resultan más embarazosas que en sus películas previas. Los mentados «niveles discursivos» sólo son una distracción, un dispositivo tan habilidoso y vacío como las cámaras lentas que siembran esta cinta.


¿Para qué?

Parece que al autor le importa mucho más el lucimiento de su ingenio que aportar algo de mérito a los espectadores. Ruizpalacios está muy entretenido jugando con aparatos como para tener algo valioso que decir sobre la realidad de los policías en México. Esto hace que me quede la sensación desagradable de que esto no es más que de una jugarreta publicitaria bien ejecutada que deja a las víctimas de la impunidad y la corrupción que consumen al país con una película pintoresca entre las manos. Una película de amor de policías. Nada más.


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