The Shape of Water (Del Toro, 2017)



Los temas universales son los más complicados. El amor es particularmente difícil, en parte porque es común y distinto a la vez. Algunos lo experimentan como dominación, otros como reconciliación, o sumisión, compañía, elíxir, redención, gatillo de la ira, curación urgente, placer… Todas las aristas de ser persona se relacionan con el impulso ciego que nos tiene aquí, viviendo sin mañana. Creo que la clave para hacer arte con un tema así es volverlo personal, pero muy pocos tienen éxito. The Shape of Water está entre esos escasos triunfos. No ofrece la papilla insípida que Hollywood acostumbra; en cambio presenta una visión sincera y sin culpas. La fidelidad de Guillermo del Toro hacia su propia imaginación nos ha dado una película que será recordada. 


The Shape of Water transcurre en los días de la crisis de los misiles en Cuba. En esos días la ciencia comenzó a permitir capacidades con las que antaño apenas se soñaba. Junto al don de la destrucción masiva nos ha sido otorgada la tele-visión, la tele-comunicación instantánea y la omnisciencia informativa. Entonces los conflictos geopolíticos estuvieron a punto de cargarse la civilización a control remoto. Aquí seguimos, pero parece que todavía no aprendemos a administrar esos enormes poderes. Hace siglos los hechiceros empleaban este tipo de capacidades con temor: sabían a lo que jugaban. Hoy volvemos a sentir que el apocalipsis está en el aire y todo pende de una psique cada vez más roída por la banalidad y el ansia de dominio.


Aquella época fue también el nacimiento de la tiranía publicitaria de EE. UU.y sus moldes. En el tratamiento de esto noto muchas cercanías con Mad Men (Weiner et al., '07-'15). Alguna vez Don Draper  (el mismo que sorprendió a Salvatore Romano durante un viaje a Baltimore) dijo que lo que llamamos «amor» no existía, que lo habían inventado tipos como él para vender medias de nylon. Siguiendo los caminos atestados de billboards hemos llegado a un lugar donde todo se entiende en función del comercio. El tiempo, la propia dignidad humana, son ahora valores mercantiles. El artificio se ha vuelto el amo; quienes se aventuran en su búsqueda están dispuestos a sacrificarlo todo. La decencia, el honor o la lealtad son simples cifras negociables. Al ver The Shape of Water sentí a Del Toro ensayando un antídoto puro contra esa visión del mundo —que es la imperante.


Los protagonistas mudos de The Shape of Water nos recuerdan que el amor es silencioso, motiva la acción y diluye las astucias alucinatorias de la palabra. El amor es una esencia inexpresable, pero a mí me gusta pensar en ello como el anhelo del ser. Atestigüemos la potestad, nada menos que un dios. Es algo por encima de cualquier voluntad humana. Goza viendo a las intenciones de los hombres torcerse o romper su rumbo para cumplir sus caprichos. Todo lo que existe está sometido al aleteo de este vigor callado. No sugiere, no pregunta, no quiere saber si nos gusta el final de su diseño; sólo nos arrastra en un vértigo supremo que sacude el equilibrio de tiempos e identidades.           


El amor se expresa principalmente como creación y trabajo. Guillermo del Toro y sus colaboradores bordaron con él una pieza de orfebrería. Cada detalle de lo que vemos y escuchamos está cargado de intención. Las actuaciones son impresionantes; la fuerza clásica de sus imágenes y el laberinto de alegorías valen por cien mil franquicias millonarias de Disney. Pero no se trata de hacerse el listo tratando de despejar las alusiones incógnitas. No creo que el arte sea un acertijo para matar el rato. Las características del tejido son demasiadas y prefiero dejar a otros su larga discusión. Dicho esto, anotaré que me parece un acierto la idea de darle hegemonía al verde Vertigo que Hitchcock dejó como símbolo en nuestra memoria con su propia obra maestra del erotismo. Del Toro ronda siempre cerca de sus obsesiones, y cada vez lo hace mejor. La belleza que transmite The Shape of Water es una victoria para el poder generativo de la imaginación, cuyos frutos vitales se necesitan para nutrir un siglo que nació marchito.

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