Birdemic, Shock & Terror (James Nguyen, 2008)
Las buenas películas no son las únicas capaces de revolucionar nuestra percepción del mundo. Hay algunas que sacuden los cimientos de nuestra cordura porque todo lo que pudo salir mal, salió mal. Es el caso de Birdemic: Shock and Terror, una abominación que todavía no sé en qué cajón de mi psique colocar.
Antes de empezar con Birdemic tengo que hacer una distinción fundamental. Hay muchos ejemplos de basura repugnante en el cine. Yo mismo tengo un asco especial por la basura nacional: Zapata, el sueño del héroe (Arau, 2004), Cañitas: Presencia (Estrada, 2007), Paradas continuas (Loza, 2009). También recuerdo con horror cosas como Son of the mask (Guterman, 2005), Book of Shadows: Blair Witch 2 (2000, Berlinger), Catwoman (Pitof, 2004) o las carreras enteras de Adam Sandler y Rob Schneider. Son películas que me molestan mucho, pero el caso de Birdemic es muy diferente. No sé qué es exactamente lo que me provocó. Sólo me atrevo a equipararlo con una epifanía sacrílega.
El director de Birdemic, James Nguyen, es un exiliado vietnamita que utilizó 10,000 dólares y los fines de semana de cuatro años para realizar una obra soñada. Su entusiasmo y tesón nos recuerdan al legendario Ed Wood, pero incluso esa comparación es insuficiente. Ed Wood tenía ciertas cualidades redentoras, un encanto camp inimitable, mientras que Birdemic falla en todo lo falible, llevando la ineptitud hasta los bordes mismos de la cordura.
La secuencia inicial establece muy bien el tono de lo que seguirá. Son tomas de una carretera californiana enmarcadas con una tonada sintética que se repite sin descanso. Digo que establece el tono porque provee el primer ejemplo de lo que será una característica fundamental de Birdemic: cada toma sin sentido, cada secuencia estúpida, cada mala idea, se prolonga justo lo necesario para que uno se cuestione si lo que está sucediendo ante nuestros ojos es real o se trata de una alucinación inducida por alguna perversa inteligencia alienígena interesada en probar los límites de la conciencia humana. Hablando de alienígenas, cabe mencionar que uno de los objetivos es difundir un insípido mensaje ecologista muy parecido al que nuestros amigos interestelares nos traen cuando tienen la gentileza de visitar el planeta y horadar nuestras campiñas. Ya saben, «sean buenos con el ambiente o esperen lo peor. Paz y amor». Pero el apocalipsis de Birdemic no va por el rumbo del desabasto de agua potable, las guerras petroleras o el calentamiento global inminente. En esta obra visionaria la verdadera amenaza son bandadas de pájaros-kamikaze que secretan orina ácida y se precipitan sobre las ciudades con estruendos de motor aéreo. Dicha amenaza no aparece sino hasta la mitad del metraje, cuando ya tuvimos que soportar 45 minutos de locura inconsecuente y una supuesta historia de amor que parece escrita —insisto— por un alienígena que jamás ha tenido una cita con nada parecido a un ser humano ni tiene idea de cómo se comporta nuestra especie.
Birdemic se resiste a las descripciones. Es algo que debe ser padecido de primera mano para experimentar todo su poder. Si están en busca de experiencias límite y retos serios para su espíritu, les recomiendo que no pierdan el tiempo y contemplen esta puerta al inframundo.


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